Al igual que con las personas, los nombres de las cosas que inventamos no están libres de las tendencias; de la misma forma que podemos aventurar que una "Vanessa" o un "Kevin" tienen menos de 30 años, los artefactos con nombres basados en los acrónimos de su definición en inglés gozan de una relativa juventud. Tal vez esta moda se inició con el RADAR por la década de 1940, pero actualmente los PC, GPS, SMS y otros, han dejado de ser parte de una jerga técnica y son habituales en nuestras conversaciones, si bien, crece la utilización de nombres comerciales con una "e" o "i" minúscula a modo de prefijo.
Cuando a finales del siglo XVIII Claude Chappé presentó ante la Asamblea Nacional francesa su sistema de comunicaciones, lo hizo bajo el nombre de "tachygraphe" (del griego tachys, rápido y gráphein, escribir) pero a sugerencia del militar Miot de Mélito (1762-1841) el nombre se cambió a "telegraphe" (escritura a distancia) por estar más acorde con la función del invento. Con la aceptación de la palabra telégrafo quedaron atrás otros intentos para denominar la nueva ciencia de la comunicación a distancia como el "telelograph" o "tellograph" del irlandés Richard Lowell Edgeworth (descrito por el autor como máquina que envía palabras a distancia):
The Transactions of the Royal Irish Academy By Royal Irish Academy
O la más extravagante "Porrología" (del griego porro, lejano y lógos, estudio o palabra) del aragonés Vicente Requeno (personaje del que tendremos que hablar un día de estos).
Pero la palabra
telégrafo no tenía todavía la batalla ganada; en 1798 el ingeniero naval Laval y el responsable del puerto de Le Havre Peytes-Moncabrié proponen
otro tipo de telégrafo que permitía a la vez de la comunicación terrestre, enviar mensajes a los navíos; a dicho telégrafo de costas su inventor lo denominó
"Vigigraphe" (algo así como
"vigía que escribe sus observaciones").
El
Vigigraphe resultó complicado de operar y fué sustituido por
un diseño de Charles Depillon (o Dupillon) (1768-1805) y puesto en práctica por el capitán de navío Louis León Jacob
denominándolo
"semaphore". Etimológicamente
semáforo significa "portador de señal" del griego
sema, señal y
phoros, "que lleva".
A partir de entonces, las dos "marcas" fueron usadas indistintamente para definir las múltiples variantes y mejoras diseñadas en diversos países, si bien, pronto surgieron ligeros matices que permitían adoptar una u otra palabra.
Se trataba de utilizar
telégrafo en las redes bidireccionales y más complejas, que requerían un sistema de control más desarrollado; en cambio, se denominaba
semáforo a redes más sencillas (normalmente asociada a la vigilancia costera) y no necesariamente bidireccionales, siendo su mínima expresión un único aparato que enviaba mensajes limitados y que no requería contestación.
Con la aparición de la telegrafía eléctrica, se hizo necesario ponerle "apellidos" al
telégrafo para diferenciarlo, así los antiguos artefactos pasaron a tener los adjetivos de
ordinario,
óptico,
aéreo,
mecánico, incluso
semafórico y a los flamantes equipos se les llamaba
eléctrico o
electromagnético, y posteriormente,
sin hilos.
El desarrollo del ferrocarril ayudó a fijar el significado inequívoco de las dos palabras al adoptarse el telégrafo eléctrico como un sistema de transmisión de mensajes abierto al público y limitarse el uso de los semáforos, al
control del tráfico ferroviario.
Esos primitivos semáforos de brazos, evolucionaron hasta nuestras familiares luces rojas, ámbar y verdes.